Una voz profunda, castigada por el ejercicio de la resistencia, rondas y consignas, anuncia su llegada. Lleva el pelo corto y descubierto. Rojo. Fuego. Alguien le muestra la mesa, le corre la silla, como buen alumno, y ella agradece con una sonrisa. Enorme. Conversa con los trabajadores del sindicato, se pone al día: son colegas. Las cosas cada vez van peor, cuentan.
Son compañeros y compañeras en una cita. Los guardapolvos blancos se multiplican. Las palabras de aquella Madre en pleno 2016 son un oasis en plena sequía neoliberal. El tipo del micrófono pide silencio. Y ella, con la paciencia propia de quien realiza un ejercicio habitual, abrió las alas del pañuelo blanco que lleva cosido: “Alejandro Almeida, 17 de junio 1975”.
El presentador pide un aplauso. Nadie respeta la consigna, porque se escucha que como a los nazis les va a pasar y a donde vayan los iremos a buscar. Y después sí, las palmas. Las palmas que no son aplausos, que son arengas. Entonces, el tipo del micrófono agradece la presencia, dice, en el centro de la resistencia: “Bienvenida Taty Almeida a La Matanza”.
Después, cuenta que al hijo de Taty se lo llevaron a los veinte. Un día después, ella encontró un cuaderno con 24 poemas escritos por él. El tipo del micrófono busca una página. Un eco le tuerce la voz, pero sigue. Y lee. Lee el poema del hijo de Taty. Letras, palabras, ideas que no pudieron, no pueden, que nunca van a desaparecer.
“Si la muerte me sorprende lejos de tu vientre,
porque para vos los tres seguimos en él,
si me sorprende lejos de tus caricias
que tanto me hacen falta,
si la muerte me abrazara fuerte
como recompensa por haber querido la libertad,
y tus abrazos entonces sólo envuelven recuerdos,
llantos y consejos que no quise seguir,
quisiera decirte mamá que parte de lo que fui
lo vas a encontrar en mis compañeros.
La cita de control, la última, se la llevaron ellos,
los caídos, nuestros caídos,
mi control, nuestro control está en el cielo,
y nos está esperando.
Si la muerte me sorprende
de esta forma tan amarga, pero honesta,
si no me da tiempo a un último grito
desesperado y sincero,
dejaré el aliento el último aliento,
para decir te quiero.»
Por Leandro Alba.